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3 de diciembre de 2019 – Texto: Manu Mediavilla (@ManuMediavilla), colaborador de Amnistía Internacional – Fotografías: © AI, salvo las del Real Madrid: © Jarek Godlweski

Gyan y su hermano Alan Mohammad, kurdos de Siria que se mueven en silla de ruedas por su distrofia muscular de nacimiento, cruzaron cuatro fronteras y recorrieron 2.500 kilómetros en dos años para llegar a Grecia; más tarde pudieron viajar a su actual refugio en Alemania y lograr la reunificación de toda la familia. Amnistía Internacional apoyó y acompañó a los dos hermanos kurdo-sirios en su historia de superación y solidaridad.

Alan y Gyan vivían en Al Hasaka (noreste de Siria) con su madre Amsha y su padre Saleh, sus hermanas Shilan y Rwan y su hermano Iván. Eran maestros, y él daba clases de apoyo a un grupo de niños cuando volvían de la escuela. Pero se vieron forzados a abandonar la localidad al aproximarse el grupo armado autodenominado Estado Islámico (EI).

Odisea viajera

Era el verano de 2014, y la búsqueda de un lugar seguro no iba a ser fácil. Sus tres primeros intentos de cruzar la frontera turca se saldaron con sendos fracasos hasta que buscaron otra ruta, esta vez hacia el Kurdistán iraquí. Allí pudieron llegar pero, al cabo de 16 meses, tuvieron que huir de nuevo.

La familia había quedado separada. El padre y la hermana pequeña Rwan tuvieron suerte y acabaron llegando a Alemania.La madre y los otros cuatro hijos buscaron otra ruta hacia Turquía, ahora a través de un terreno montañoso que dificultaba aún más el desplazamiento de Alan y Gyan. En muchos tramos, su madre y sus hermanos tuvieron que empujar las sillas de ruedas cuesta arriba y por carreteras no asfaltadas. Al final pudieron aligerar la marcha con ayuda de dos caballos, uno para los dos hermanos con discapacidad –metidos en grandes alforjas y atados a los costados del animal– y otro para las pesadas sillas. "Para personas con discapacidad como nosotros –comentó  Alan–, lograr cruzar las fronteras es como un milagro".

Para personas con discapacidad como nosotros, lograr cruzar las fronteras es como un milagro.

Alan Mohammad

Corría el mes de febrero de 2016. En Turquía tuvieron que recurrir a contrabandistas de seres humanos para intentar llegar a Grecia. Les cobraron 750 dólares por persona. Y el prometido barco de 9 metros de eslora con 30 personas a bordo resultó ser un bote hinchable de 6 metros para 60 pasajeros. Sin sitio, según los contrabandistas, para las sillas de ruedas, que tuvieron que quedarse en tierra.

La travesía se convirtió en una auténtica odisea. El motor se paró al poco de partir, y el bote quedó a la deriva durante cuatro interminables horas. Alan contó que el viaje “fue aterrador. A mi alrededor había niños y bebés llorando... Mi madre se mareó y mi hermana llegó a decir que no aguantaba más”. Y su madre añadió que "no tengo palabras para describirlo... Habíamos oído muchas veces historias de gente que se había ahogado en el mar. Si para cualquiera es algo que asusta, para nosotros era aún más difícil... Era como desafiar a la muerte".

Pero no se rindieron. Varios pasajeros consiguieron poner en marcha de nuevo el motor, y pudieron llegar a aguas griegas, donde fueron rescatados por la guardia costera. El 12 de marzo de 2016, la familia sería desembarcada en la isla de Quíos, y Alan y Gyan recibirían sillas de ruedas para poder moverse. Una buena noticia, contrapesada por otro motivo de preocupación: solo unos días antes había entrado en vigor el acuerdo de la Unión Europea con Turquía, con el consiguiente cierre de fronteras de otros países.

Actitud solidaria

Alan no había perdido la esperanza, porque "antes de llegar había visto en Internet que la frontera estaba abierta para las personas con discapacidad, las embarazadas y las personas mayores". Pero cuando comprobó que ya no era así, se quedó "helado" y sintió que no iba a ser fácil seguir su camino hacia Alemania para reunirse con su padre y hermana.

Desde Quíos, la familia fue trasladada en transbordador al continente, y luego en autobús al campo de refugiados de Ritsona, 65 kilómetros al norte de Atenas. Amnistía Internacional denunció que en aquella antigua base militar abandonada en medio de un bosque, las personas refugiadas "permanecen abandonadas a su suerte en condiciones espantosas". A las temperaturas extremas –sofocantes en verano y muy frías en invierno– se sumaba el terreno arenoso e irregular, nada apto para sillas de ruedas, y una comida pésima que en gran parte acababa en la basura y atraía a los jabalíes. La madre, que dormía en el suelo como Alan y Gyan, reconocía "lo complicado que es esto con una persona con discapacidad. Y yo no tengo una a mi cargo, tengo dos...".

Pero incluso en ese entorno terrible sacaron lo mejor de sí mismos. Alan lo tenía claro: "El mejor momento del día es cuando doy clases de inglés a los niños". Fue una iniciativa propia, porque "vi que lo único que hacían era perder el tiempo jugando entre los árboles, sin aprender nada". Y la experiencia no pudo ser más positiva. Las ONG le proporcionaron una tienda de campaña que servía de aula de inglés, y los niños acabaron contagiando su alegría y entusiasmo al profesor.

Fue aterrador (...) Habíamos oído muchas veces historias de gente que se había ahogado en el mar. Si para cualquiera es algo que asusta, para nosotros era aún más difícil... Era como desafiar a la muerte.

Testimonios de Alan Mohammad y su madre

En septiembre de 2016 tuvieron buenas noticias en su primera entrevista con la Oficina de Asilo griega. La familia sería trasladada al mes siguiente desde el campo de Ritsona a un hotel de Corinto (80 kilómetros al oeste de Atenas), con la ayuda del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Alan contó a Mónica Costa, responsable de campañas sobre mujeres y sobre migraciones de Amnistía Internacional, que se sentía "muy feliz" de que su familia "esté ahora en un lugar limpio y cálido. Tengo la sensación de haber vuelto a una vida normal. Vivir en una tienda no es vida”.

Por eso tuvo un recuerdo especial para "todas mis amistades y las personas refugiadas que he dejado atrás", para toda esa gente –incluidos niños y bebés– que se quedaba "atrapada en las islas" en unas condiciones pésimas, agravadas cada invierno por la nieve y las fuertes lluvias que inundan y llegan a derribar las tiendas de campaña. "Vi fotos de gente en las islas, y fue muy doloroso verlos en tiendas bajo la nieve. Por favor, no se olviden de ellos”.

Amnistía Internacional, al lado

Amnistía no los ha olvidado. Como explica Costa, el eco de la historia de Alan y Gyan sirvió para "documentar cómo Europa estaba recibiendo a las personas necesitadas de protección internacional" y para insistir en la necesidad de "respuestas inmediatas" a problemas urgentes. La permanencia de personas con discapacidad en campos como el de Ritsona no tiene justificación, y Grecia estaba obligada a remediarlo con medidas como su traslado al hotel de Corinto.

Amnistía tampoco los ha olvidado después. Ángel Gonzalo, responsable de Medios de Comunicación de Amnistía Internacional España, visitó en febrero de 2017 a la familia Mohammad en un lúgubre hotel de Atenas, en cuya 5ª planta –entonces sin ascensor– se alojaban en dos habitaciones: una para las tres mujeres (la madre Amsha, la hermana pequeña Shilan y la propia Gyan), y la contigua para los dos varones, Alan e Iván. Les llevaba miles de mensajes de apoyo y solidaridad de todo el mundo en el marco de la campaña #YoAcojo.

El sueño de la reunificación familiar se cumpliría al mes siguiente, cuando la Oficina de Asilo les avisó de que iban a volar a Munich. Pese a los graves incumplimientos del plan de reubicación de dos años firmado por la Unión Europea en septiembre de 2015 –la UE apenas cumplió un tercio del su compromiso, y España no pasó del 13,7%–, por fin pudieron reencontrarse con su padre y su hermana Rwan. El escenario, un centro para personas refugiadas en las afueras de Hannover donde habían sido alojados a la espera del estatuto de refugiados que les sería concedido más tarde.
Alan podía repetir lo que tantas veces había comentado: "A la gente de Europa que desea dar la bienvenida a los refugiados, quiero decirle: gracias. Y al resto: no tengan miedo". Un temor injustificado porque, como él mismo recordaba, entre ellos hay mucha gente preparada y que tiene mucho que aportar: "Aquí tenemos médicos y profesores", y únicamente "abandonamos nuestro país a causa de la guerra".

Gyan y Alan en sillas de ruedas

Pequeño-gran 'sueño futbolístico'

Y en esa vida 'normal' caben pequeñas-grandes ilusiones como ver un partido de fútbol, deporte al que toda la familia es muy aficionada. Alan apoya al Real Madrid desde 2002, el año de la novena Copa de Europa. Gyan admira al croata Luka Modric, que tuvo que abandonar su hogar en Zadar con seis años por la guerra de los Balcanes.Iván es hincha del Bayern de Múnich desde que Alemania acogió a su padre y hermana.

En abril de 2017, aquella ilusión se convirtió en sueño cumplido cuando los cuartos de final de la Champions League enfrentaron al Bayern y al Madrid en el estadio Allianz Arena de Múnich. Amnistía Internacional también acompañó a Alan y Gyan en esa gozosa 'aventura', que, como apuntó la investigadora principal sobre migración de AI María Serrano, "fue un recordatorio de que no son solamente personas refugiadas", sino también "personas jóvenes y dinámicas, con pasiones y sueños, que solo quieren continuar con su vida en un entorno seguro, rodeados de sus seres queridos". Y, en ese contexto, asistir al partido Bayern-Madrid –"algo tan normal y al mismo tiempo tan especial"– era una "señal del enorme cambio que ha experimentado su vida".

Las secciones alemana y española de Amnistía ayudaron a hacer realidad aquel pequeño-gran 'sueño futbolístico' gestionando la salida de Alan, Gyan, Iván y Shilan del centro de refugiados de Hannover, organizando su viaje de seis horas a Múnich en vehículo adaptado y pasando los controles de seguridad y de protocolo para ver a sus ídolos. La víspera del partido, Alan y Gyan asistieron al entrenamiento del Madrid y conocieron a Modric, Zidane, Ronaldo y demás 'estrellas' del equipo, que les regalaron camisetas firmadas.

Pero no tenían entradas para el partido oficial. Se las consiguieron cuando ya regresaban a Hannover, así que dieron la vuelta y llegaron al estadio con el tiempo justo. Les tocó sentarse entre la hinchada muniquesa, donde estaba su hermano Iván con su camiseta del Bayern que le habían regalado el día anterior. Aunque fueron Alan y Gyan quienes, tras la victoria de su equipo, pudieron cantar el “¡Hala Madrid!”. Un pequeño 'final feliz' para su gran historia de empeño, superación y solidaridad.